CIRROSIS HEPÁTICA

¿Qué es?

La cirrosis hepática es el estadío final en la evolución de muchas enfermedades hepáticas. La persistencia de un daño hepático puede conducir al desarrollo de fibrosis (dureza) hepática, en la que el tejido que une las células hepáticas deja de ser flexible y elástico, pasando a formar tractos duros que impiden un correcto funcionamiento del tejido hepático. Se trata de un proceso, al menos parcialmente reversible, que mejora al desaparecer la causa del daño hepático. Ese tejido duro y de elasticidad reducida impide que las células hepáticas hagan su función con normalidad, lo que dificulta que el hígado realice correctamente sus funciones de “fábrica” del cuerpo (producción de proteínas, factores de coagulación…) y almacenamiento de nutrientes.

La dureza hepática conlleva también una dificultad para el paso de la sangre dentro del hígado, conduciendo a lo que se conoce como hipertensión portal (aumento de la presión en las venas del abdomen). Al no poder circular correctamente la sangre, aparece lo que se conoce como circulación colateral, vasos nuevos que discurren por localizaciones atípicas, como son las varices esofágicas o gástricas. Estos vasos, con disposición más superficial pueden abrirse provocando una hemorragia digestiva. El riesgo de que sangren está relacionado con el aumento de la presión hepática, es decir, al grado de hipertensión portal. Este aumento de la presión portal hace también que la sangre se estanque, produciendo un aumento del tamaño del bazo, lo que se conoce como esplenomegalia. El bazo se encarga de limpiar las células de la sangre: plaquetas, leucocitos y hematíes, por lo que no es extraño que estos pacientes presenten un descenso de estas células, principalmente, las plaquetas.

Por otro lado, el estasis condicionado al paso de la sangre a nivel hepático, también condiciona la salida o extravasación de líquido desde los vasos al abdomen. Es lo que se conoce como ascitis.

Otra enfermedad que, aunque puede aparecer en hígados no cirróticos, es más frecuente en la cirrosis, es la aparición de un carcinoma hepatocelular o hepatocarcinoma, es decir, un tumor primario del hígado. El 90% de los hepatocarcinomas aparecen sobre hígados cirróticos.  Por esta razón, en los pacientes con cirrosis se debe hacer un cribado de hepatocarcinoma, mediante la realización de una ecografía semestral.

¿Cómo se diagnostica?

La prueba de oro para el diagnóstico de la cirrosis sería la biopsia hepática, pero se trata de una prueba invasiva, por lo que normalmente se intenta diagnosticar por otras vías.

La cirrosis hepática se puede diagnosticar de manera indirecta por pruebas de imagen (ecografía, TAC o RMN), donde se observaría un hígado con bordes irregulares, con aumento del lóbulo caudado y datos de hipertensión portal (vasos colaterales anteriormente comentados). Pero existen estadíos anteriores en que,por las pruebas de imagen no se apreciarían datos de hepatopatía, pero la dureza del hígado está aumentada. Para diagnosticar una cirrosis de modo precoz existen datos serológicos, es decir algoritmos que permite predecir con mayor o menor fiabilidad la probabilidad de cirrosis, como son el APRI o el FIB-4. También existe una técnica conocida como elastografía que permite determinar estadíos precoces de fibrosis con una alta fiabilidad. A través de estas técnicas podremos determinar si existe una mayor o menor probabilidad de que el hígado presente un aumento de su dureza, ajustando los controles necesarios. También existen métodos indirectos que nos permiten sospechar una hipertensión portal, como el descenso de las plaquetas o una progresión de la enfermedad hepática según diferentes clasificaciones como son el estadío CHILD-PUGH o el MELD, este último, permite estimar la supervivencia a corto-medio plazo y graduar la necesidad de un trasplante hepático.

Las pruebas de imagen (ecografía, TAC, RM) también permiten diagnosticar lesiones hepáticas y según su comportamiento determinar si es compatible con un hepatocarcinoma.

La gastroscopia, por su parte, nos permitirá diagnosticar la existencia de varices esofágicas y gástricas.

¿Cómo se trata?

Actualmente, no existe ningún tratamiento para la cirrosis, tan sólo el control de las patologías desencadenantes (antivirales en las hepatopatía víricas, corticoides en la autoinmune, abstinencia de alcohol…). Sí se pueden tratar, en cambio, las descompensaciones secundarias al desarrollo de cirrosis. La ascitis se trata con diuréticos. La hipertensión portal podrá mejorar con tratamientos betabloqueantes no cardioselectivos. Si existen varices esofágicas, se pueden poner bandas elásticas sobre ellas hasta hacerlas desaparecer (aunque este tratamiento sólo trata las varices, no la hipertensión portal). Los hepatocarcinomas se pueden tratar según el momento del diagnóstico con tratamientos locales (radiofrecuencia o quimioembolización) o sistémicos (quimioterapia) e incluso, puede ser indicación para realizar un trasplante hepático. De hecho, el trasplante hepático es el tratamiento de elección cuando existe una cirrosis con una descompensación grave.

 

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